La mente cambia con el tiempo y eso hace que la vida sea sorprendente;
como se ve el mundo cuando se es muy niño o cuando se es joven y, como se ve a
edades bien recorridas, algo así como en la ronda de los 60; la recta final y
reflexiva sobre la extinción.
La mente cambia con el tiempo pero hay tendencias de la mente que no cambian
nunca y seguiremos creyendo en ellas el resto de la vida, con la misma fuerza
que creíamos cuando fuimos niños; son los condicionamientos más fuertes que
puede tener un ser humano; y también, los más peligrosos y destructivos. Cuando
era niño creía en San Nicolás, ahora que soy adulto creo en Dios y soy capaz de
hacer lo que sea por él.
Veo el transcurrir de la vida como escalar una montaña; cuando la vida lleva
poca trayectoria recorrida uno está en una honda sima viendo hacia arriba, por
remontar; la vida se hace eterna porque uno no piensa que hay un final; al no
pensar en el final, el tiempo se extingue, por lo menos para el saldo de vida
que queda; es la época de fuertes ilusiones, de metas, de las grandes
motivaciones y barreras que vencer; el tiempo se ve suficiente y alargado, a
medida que nos hacemos mayores; cuando el trayecto de la vida es avanzado uno
se siente que prácticamente ha llegado a la cima y poco o mucho importa como se
ha llegado. A estas alturas de la vida la visión cambia radicalmente. No es lo
mismo ver de abajo hacia arriba que de arriba hacia abajo; queda poco por
escalar y es cuestión de ley de vida; quien no lo entiende así es un iluso y
pierde la vida atento a las puntualidades de sus gustos y deseos; muchos lo
defenderán y dirán que hizo lo que más le atraía, llenaba y gustaba; en
realidad no hay nada cuestionable en ello; la autodeterminación es una forma de
libertad relativa; los esclavos dentro de sus predios no se planteaban ni
imaginaban otra forma de vida, aunque si la hubiesen probado, quizás hubieran
dicho que saborearon el cielo.
Las metas son las causantes de las distorsiones de la vida individual; y me
refiero a la visión de metas; a la tendencia de uno de llegar a algo y de “llegar
a ser algo y ser alguien”, a costa de lo que sea y de cualquier modo o manera;
ahí está la distorsión; dejar de vivir por haber creído vivir de una manera al
gusto y medida, no es cuestionable aunque pueda llegar a ser un desperdicio a
los ojos ajenos.
Alguien se realiza llegando a ser el mejor escalador de montaña y otro se
realiza llegando a ser el mejor escritor. Ambos serán individuos pasajeros en
la autopista de la vida y ambos en mayor o menor grado serán olvidados aunque
se les rindan honores y aparezcan en los libros. Lo más sorprendente es que en
mayor o menor grado no queremos ser olvidados y deseamos lo permanente y
eterno.
La mente cambia con el tiempo y ese constante cambio sin ningún punto de
referencia ni una traza de permanencia es lo que hace pensar en la
impermanencia de uno; por eso la mente pocas veces piensa en ello; ¿es
realmente astuta al no pensar en ello?; para algunos es un mecanismo de defensa
frente a la pesada vaciedad que es la puerta de entrada a la dimensión de la
angustia y la ansiedad. Así como hay que saber masticar para poder digerir bien
y no tener pesadez, hay que saber estar atento a la impermanencia, a lo
pasajero y a la insignificancia; es la única manera de digerir la vida con
satisfacción y sobre todo, dejar los pensamientos descansar y vivir plenamente
el presente. Plenamente implica, por ejemplo, saborear un paseo mientras se
observan infinitos y maravillosos detalles que nos rodean y no les prestamos
atención.